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Décadas de buscar a mamá
Miércoles 8 de febrero de 2017, por
Guadalajara
Por Alejandra Guillén / Ilustración: Alejandra Puga — febrero 1, 2017
La abogada Alejandra Cartagena López es hija de Leticia Galarza Campos, desaparecida por agentes del gobierno mexicano en 1978.
Leticia aparece de perfil, con el cabello suelto, negro y radiante. Contempla a su hija Alejandra que sostiene en brazos, recién nacida, envuelta en una cobijita amarilla. La foto es vieja, tendrá casi cuatro décadas y un doblez. Es la única imagen que les alcanzan a tomar juntas. Meses después, el 5 de enero de 1978, la policía política de la Dirección Federal de Seguridad desapareció a Leticia Galarza Campos[1], quien era integrante del grupo guerrillero Liga Comunista 23 de Septiembre.
Alejandra era muy pequeña cuando eso sucedió, no hubo tiempo ni de que guardara recuerdos de su madre. Lo que ella conoce de Leticia es por relatos de otros o por lo que alcanza a ver e imaginar a partir de fotografías, como la forma en que su madre la mira en esa única imagen donde están juntas.
Antes de que se la llevaran[2], Leticia sabía que estaba en riesgo y alcanzó a encargar a Alejandra con la familia Cartagena López, que la cuidó y registró como si fuera su hija más pequeña. Creció en Guadalajara, estudió Derecho y ahora es una de las abogadas más respetadas de la lucha feminista en Jalisco.
El olvido y la repetición
En la ciudad de Guadalajara es difícil encontrar quien sepa que el gobierno mexicano desapareció a jóvenes en los años setenta por participar en grupos guerrilleros como la Liga Comunista 23 de septiembre. Nunca escuché del tema ni en la escuela, ni en mi familia, ni con mis vecinos. A principios del siglo XXI hubo publicaciones importantes que comenzaron a desenterrar lo sucedido durante la Guerra Sucia, como el libro La Charola, de Sergio Aguayo (2001), una investigación sobre los servicios secretos mexicanos, basada en historias encontradas en los archivos del CISEN (Centro de Investigación y Seguridad Nacional); o La historia que no pudieron borrar; la guerra sucia en Jalisco, 1970–1985 (La Casa del Mago, 2004), del periodista Sergio René de Dios, quien explica en el prólogo que el libro es “una modesta aportación para sacar de las notas rojas las luchas sociales y políticas, para conocer la versión no oficial, las otras voces (…) Los textos son una aproximación a esa parte del pasado que explica nuestro presente. Para no olvidar. Para impedir que se repita. Para demandar justicia. Para exigir que sean presentados los desaparecidos”.
Ni hubo justicia. Ni aparecieron los desaparecidos. Ni se evitó la repetición.
Entrevisté por primera vez a Alejandra Cartagena durante el encuentro del colectivo Nacidos en la Tempestad, conformado por familiares de personas asesinadas y desaparecidas durante los años sesenta y setenta. Participaron ofreciendo sus testimonios Alicia de los Ríos y Alejandra Maritza Cartagena, hijas de Alicia de los Ríos y de Leticia Galarza. En aquellos días el tema de los desaparecidos parecía un asunto del pasado.
El 10 de mayo de 2015, madres que buscan a sus hijos desaparecidos en Jalisco se manifestaron en la Glorieta de los Niños Héroes bajo el lema “No tenemos nada que celebrar”. Por ahí andaba Alejandra Cartagena, idéntica a su madre, con esa cabellera larga, negra. En la protesta no se mencionó el nombre de Leticia Galarza. Alejandra reflexionaba que esto sucede porque aún predomina el discurso que “los buenos” son quienes no tienen que desaparecer , “y mi madre no entra en esa categoría de ‘buena’ porque era guerrillera, porque dejó a su hija por la lucha”.
Alejandra vive en Tlajomulco. El día de la entrevista cocinó casi de milagro. Todos los días anda del tingo al tango, perdiendo hasta seis horas diarias en traslados en camión cuando tiene que ir a los juzgados penales en Puente Grande, una cárcel de máxima seguridad. Alejandra ha llevado procesos jurídicos igual de jóvenes detenidos por protestar contra Enrique Peña Nieto (el 1 de diciembre de 2012, afuera de la Feria del Libro de Guadalajara) que de mujeres asesinadas (feminicidios). Como integrante del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM) en Jalisco, fue una de las principales impulsoras de la Alerta de Violencia contra las Mujeres, declarada el lunes 8 de febrero de 2016 con el objetivo de realizar acciones para atender la grave situación de feminicidios, violencia sexual y desapariciones de mujeres en Jalisco. Alejandra, junto con otras organizaciones, señaló después que el decreto para formalizar la Alerta nunca se emitió.
Acompañada por su hijo menor, Ale habló por horas de sus padres, de esta microhistoria que pertenece a la historia de las luchas en Jalisco.
La clandestinidad
Cuando Leticia Galarza Campos estudiaba la secundaria, a mediados de los años sesenta, comenzó a trabajar en una maquila donde descubrió los abusos que se cometían contra los empleados. Por esa misma época conoció a personas que participaban políticamente en movimientos estudiantiles y decidió integrarse a la Liga Comunista 23 de Septiembre, un grupo guerrillero creado en 1973 en Guadalajara por jóvenes que buscaban tomar el poder para cambiar el mundo o “la inevitabilidad de la revolución radical como la única vía posible para lograr la transformación social”[3]. Leticia llegó a participar en lo que ellos llamaban “expropiaciones”[4] (robos de mercancías y asaltos a bancos para dotar de fondos y otros recursos al movimiento) a empresarios para luego llevar despensas a colonias marginadas de Ciudad Juárez, Chihuahua. En su familia decía que los alimentos los donaba la maquila para la que trabajaba.
Leticia le avisó a su familia que se iba a la Ciudad de México a estudiar periodismo, cuando los riesgos de participar en el grupo guerrillero se incrementaron. Las expropiaciones los pusieron en la mira de la policía. En la Ciudad de México se dedicó a las actividades vinculadas a la guerrilla, específicamente en la brigada Margarita Andrade (en honor de una mujer asesinada). En 1976 se embarazó de su pareja David Jiménez Sarmiento.
David Jiménez Sarmiento había tenido dos hijos con su primera pareja, Teresa Hernández Antonio, quien murió durante un operativo de la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia, en Ciudad Universitaria, en 1974. Después David se relacionó con otra mujer que fue asesinada cuando estaba embarazada. Su última pareja fue Leticia Galarza. A David lo asesinaron el 11 de agosto de 1976. No alcanzó a conocer a su hija.
“El 11 de agosto de 1976, mi padre muere y deja a mi madre embarazada, dicen que fue muy fuerte para ella. Cuando se alivia mi mamá, mi abuela paterna me cuidaba y le decía a mi mamá ‘hay que salirnos de esto’, porque era complicado ya por los niños. Ella le dijo que no podía, que se lo debía a mi padre. Mi mamá me tenía en sus brazos cuando llegaron a la casa de seguridad y se llevaron a mi abuela Gloria Sarmiento, a mi tía Lily Jiménez (pareja de Javier Porras, desaparecido), a mi tío Adrián de 15 años, a mi tío Abner de ocho años, a mi hermana Tere de ocho años, a mi hermano Adrián de cinco años y a mi primo David, de un año, hijo de mi tía Lily”. Leticia alcanzó a escapar antes de llegar a la casa.
En el Campo Militar retuvieron a los niños durante seis meses. Los soltaron y un tiempo tuvieron que vivir en la calle. La abuela Gloria y el resto de la familia permaneció retenida durante un año.
“A los niños alguien los reconoció en la calle. De esto casi no se habla, es algo muy doloroso porque a la familia de mi abuelo les quitaron hasta la casa y mi abuela terminó viviendo en un cuarto de vecindad. Ahí ves por qué mis (medios) hermanos no se relacionaron con nada que tuviera que ver con estos temas (de lucha social), tal vez porque saben que a sus papás los mataron, crecieron con una familia, y yo no, mi mamá está desaparecida.”
A la señora Gloria le desaparecieron a su marido David Jiménez Fragoso, le mataron a tres hijos, a su sobrino Ángel Salcedo de 15 años y a otros integrantes de su familia.
En los años más duros de persecución, la familia Sarmiento resguardó a muchos hijos de jóvenes que eran perseguidos por la brigada blanca. Incluso cuando fue la fuga de Oblatos en Guadalajara [5], David Jiménez y Enrique Pérez Mora “El Tenebras” se fueron a la Ciudad de México en moto y al llegar la señora Gloria les ayudó a comprar ropa.
“Licha (Alicia de los Ríos, hija) y yo decimos que las mujeres han sido invisibilizadas. Ve lo que hacía una madre de ellos. Esto te dice cómo mi abuela fue inculcando ideas sobre la igualdad, la importancia de la lucha, porque ella es una mujer solidaria, trabajadora, que siempre ayuda. Tiene 83 años y sigue en muy buen estado, a pesar de que perdió a nueve integrantes de su familia, que le cortaron su mano como una advertencia del Estado y que tuvo que irse a Estados Unidos. Aún allá seguía vigilada. Nunca ha sido entrevistada por nadie, es una familia con muchos secretos y muchos dolores”.
Las redes familiares
Cuando detuvieron a la señora Gloria y su familia, Leticia Galarza regresó a una casa de seguridad para resguardar a su hija. Le pidió ayuda a uno de sus compañeros, Álvaro Cartagena “El Guaymas”, quien le habló a su madre para pedirle que cuidara a la niña. La señora Graciela, mamá de “El Guaymas”, aceptó y se trasladó de Guadalajara a la Central del Norte de la Ciudad de México, donde Leticia Galarza le entregó a su hija.
—No piense que soy mala, en un mes regreso por ella, ahora no puedo quedármela, es riesgoso —se disculpó Leticia.
Doña Graciela se llevó a la niña y pensó que podía ser su nieta. Los meses pasaban y Leticia no volvía. La niña estaba por cumplir su primer año el 15 de enero. Graciela la registró como su hija, con los apellidos Cartagena López. “Con eso sí me protegió para que nadie supiera quién era mi papá, porque (el gobierno) le tenían mucho coraje. Al velorio de mi papá sólo fue mi tío Salvador. toda la familia Jiménez vivía en clandestinidad”.
Leticia nunca pudo regresar, era vigilada por la brigada blanca, un grupo paramilitar que comandaba Miguel Nazar Haro. Ir por su hija era ponerla en riesgo. Cuando detenían a las mujeres con sus hijos, a éstos también los torturaban, “por eso era importante que no los detuvieran con sus padres. Entonces pienso que mi madre me dio la vida y me salvó. Es algo que entendí más grande”, reflexiona.
A sus 40 años, Alejandra sigue durmiendo con un fragmento de la cobija con la que su madre Leticia la entregó una madrugada en la estación de autobuses a la señora Graciela. Antes olía la cobijita para poder dormir, ahora sólo se la pone en los ojos: “Es el vínculo eterno que tengo con mi mamá”.
La desaparición de Leticia
Cuando Alejandra Cartagena tenía alrededor de 30 años acudió al Archivo General de la Nación. Encontró una ficha de la detención de su madre Leticia Galarza, fechada el 5 de enero de 1978.
Cuando Judith Galarza recibió la noticia de la desaparición de su hermana Leticia, pensaba que también se habían llevado a su hija Alejandra. “Se me buscó muchos años como desaparecida. Incluso mi tía fue a las Naciones Unidas y se movió donde pudo para buscarme. Cuando logró conocer a la señora Rosario Ibarra de Piedra, ésta le dijo ‘la niña de Lety la tiene la familia de ‘El Guaymas’. Mi tía me encontró cuando tenía cuatro años y vino por mí, pero mi mamá Chela le dijo, ‘no, con la pena, mi marido se muere si se la llevan’. Yo recuerdo mucho que me daba miedo ir a Ciudad Juárez, sentía que me iban a dejar allá”.
Los viajes de Guadalajara, Jalisco, a Ciudad Juárez, Chihuahua, eran confusos porque Alejandra visitaba a sus abuelos, que a la vez no eran abuelos de sus hermanos Cartagena López. Conforme fue creciendo completó el rompecabezas y cayó en cuenta de quiénes eran sus verdaderos padres.
—¿Tu tía Judith Galarza es la que empieza la búsqueda?
—Empieza a buscar a mi mamá, se junta con otras señoras de Juárez, conoce a Martha de los Ríos (quien buscaba a Alicia de los Ríos), y hacen un movimiento de búsqueda, como en el ochenta. Yo tenía como 14 años cuando fuimos con otras familias de Guerrero. Ella se relaciona con familias de todo el país y luego se hace secretaria ejecutiva de la Fedefam (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares Detenidos Desaparecidos).
—¿Cómo te enteraste de todo lo que había pasado?}
—No me enteré. Como que entiendes. Iba y venía a un lugar donde ninguna de mis hermanos iba y nadie ocultaba nada, todos decían ‘es la niña de Leticia’ y me trataban bien. A los ocho o nueve años pelee con una sobrina y me dijo, ‘le voy a decir a mi mamá’, le dije ‘sí porque eres una chillona’ y ella respondió ‘pues yo sí tengo mamá. Mi abuelita no es tu mamá’. Lloré mucho pero no dije nada. Nunca pregunté nada, nunca, todo fue diciéndose porque fui creciendo y mis papás tenían la edad de los abuelos de mis amigos. Ya en la secundaria era obvio que no eran mis papás. Mi hermano “El Guaymas” podría ser mi papá. Entonces sí fue como sufrir a solas. Nadie se sentó a decirme lo que pasó. La primera vez que vi la foto de mi papá fue en el Alarma, muerto, y pensaba ‘cómo voy a sentir algo si no los conocí’, más que dolerme sentía ‘¿por qué me dejaron?’ Era más el reclamo. Pero al escuchar lo que “El Guaymas” contaba, o al ver a las señoras reunidas, a doña Rosario (Ibarra de Piedra), uno va atando cabos.
—¿Te tocó conocer a las familias de desaparecidos?
—Sí, y a doña Rosario Ibarra, siempre que venía estaba en mi casa, dormían las señoras en mi casa. Las mujeres han tenido un papel principal que no ha sido visibilizado, son ellas las que nos educan en esa solidaridad, en ver por el otro, por la otra; cuando mi mamá (Graciela) fue por mí, no preguntó más. Me vio y dijo “es mía”, me asumió como su hija. Son esas historias de mujeres olvidadas. Se habla mucho de Rosario, pero mi abuela fue de las primeras que buscó a los desaparecidos. Andaba con Mariquita, la mamá del “Tenebras”, que buscaba con don Luciano Rentería,[6] con Alejandro Herrera Anaya, con mi abuela paterna en DF. Eran mujeres que no se escondían, andaban sin miedo (…) Tuvieron un papel tan importante en toda esta lucha y en general se habla de Rosario como si hubiera sido la única.
“Se lo buscaron”
Alejandra Cartagena López cuestiona que tanta gente haya justificado el asesinato de su padre y la desaparición de su madre con la frase “se lo buscaron”. Su padre David tenía 26 años, su madre 23. “Yo ya soy más grande que ellos. Ni siquiera puedo entender qué tanto amor tenían por la humanidad para entregar todo, para tratar de cambiar la realidad de este país”. Lo que entonces se utilizó para legitimar el exterminio fue justificar que quienes morían o desaparecían, se lo merecían.
“Es el discurso de los buenos y los malos que se sigue repitiendo a la fecha. Más allá de si alguien hace algo bueno o malo, no tiene por qué desaparecer. Eso significaría que si yo considero que fulanito es malo, ¿lo tienen que desaparecer? Mira, esto es como lo hacía Hitler, quien decía que matar no era suficiente, que había que tener a la gente en incertidumbre, que no duerman, que no vivan, como cuando sacó el decreto de Noche y Niebla. Se llevaban a la gente en la noche a los campos de concentración, identificados con el NN, para que no existan, vivos o muertos, que no existan”.
Cuando los hijos buscan
“No es lo mismo buscar a un hijo que al padre o a la madre. En caso de las mamás, salen a buscar. En el caso de los hijos, el proceso es distinto, primero tienes que entender qué pasó, es difícil entender la desaparición de tus papás. ¿Cómo le explicas eso a un niño? De mi padre, imagínate, nunca fue mi padre, no estaba vivo cuando yo nací ¡Qué fuerte, chingado! Ojalá hubiera tenido esa oportunidad, pero no, muchos años estuve enojada, soñando que regresaba mi mamá y que yo iba a estar indignada, pero añorando abrazarla, verla, olerla. Por supuesto que me gustaría que estuviera viva, pero sería muy egoísta, no me imagino qué le habrían hecho en 40 años. Imagínate la barbarie, espero que haya muerto lo antes posible, que no sufriera tanto, porque en los casos de las mujeres la tortura es peor, se ejerce poder sobre el cuerpo de las mujeres. Sí me parece que es mejor pensar en ella en pasado, aunque por supuesto que daría mi vida por conocerla, por ver sus ojos, su pelo, su cara”.
Alejandra Cartagena acompañó a su tía Judith Galarza a decenas de marchas, presenció reuniones de familias de desaparecidos, comenzó a indagar documentos de sus padres y en el Archivo General de la Nación encontró una fotografía de su madre embarazada. “Verla fue caer en cuenta de que era real, que sí era su hija, porque somos idénticas. No imagino lo que pasó al tener que dejarme. Mi hijo el mayor empezó a preguntarme por su abuela y así empecé a involucrarme en otros movimientos”.
En su opinión, es necesario hacer un sólo frente que incluya la búsqueda de todos y todas las desaparecidas, incluidos los de la Guerra Sucia, porque en este camino “las familias nos vamos quedando solas”. La plática con ella podría seguir, pero su hijo el mayor le marca, necesita pagar un trámite escolar. Entonces alista al niño pequeño, busca en el refri, sólo hay froot loops, los vacía en un tupper y salimos hacia la guardería, adaptada en una casa de interés social donde decenas de vecinos dejan a sus hijos hasta que regresan del trabajo (cierran a las 10 de la noche). Su traslado tendría que ser en camión hasta la zona industrial de Guadalajara, para de ahí moverse a la universidad donde estudia la maestría, donde sigue hablando de mujeres de desaparecidas, que es su tema de investigación, aunque más bien se trata de la historia de su vida.
[1] De acuerdo con documentos de la Dirección Federal de Seguridad (depositados en el Centro de Investigación y Seguridad), desclasificados por Sergio Aguayo Quezada, Leticia Galarza Campos fue detenida por este organismo y no se supo más de su paradero.
[2] El 5 de enero de 1978, la detuvo la Brigada Blanca en la calle Oriente 103, en la colonia Gertrudis Sánchez, a las 12:30 horas.
[3] http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-05652011000300001
[4] Lo llamaban así porque consideraban que la riqueza que acumulaban algunos empresarios, debía distribuirse entre la gente.
[5] En 1976, seis integrantes de la Liga Comunista 23 de septiembre se fugaron de la penal de Oblatos en Guadalajara. Sus nombres son: Antonio Orozco Michel, Mario Álvaro Cartagena, Enrique Guillermo Pérez Mora, Trinidad Villegas Vargas, Armando Escalante Morales, y Francisco Mercado Espinoza.
[6] En 1974 crearon en Jalisco el primer Comité de Familiares en Defensa de los Presos Políticos, que desde su origen peleaba por la presentación con vida de los presos políticos y que fue antecedente del Comité Eureka a nivel nacional.
Ver en línea : http://territorio.mx/decadas-de-bus...