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El marino que desapareció… en tierra

Martes 5 de julio de 2011, por Hasta encontrarlos

Marcela Turati
5 de julio de 2011
Reportaje Especial

MÉXICO, D.F. (Proceso).- A cuatro días de haber sido comisionado por la Secretaría de Marina para participar en operativos especiales en Lázaro Cárdenas, Michoacán, el marino de 26 años Paolo César Antonio Cano Montero desapareció. Cuando sus familiares preguntaron por su paradero, los mandos superiores de la Armada respondieron que el joven había desertado… y no lo buscaron.

Esto ocurrió el 28 de octubre de 2010 y desde entonces su familia lo ha intentado localizar sin el apoyo de esa institución, que acusa al joven de su propia desaparición: considera que huyó, aunque en ningún documento consta que Cano Montero haya pedido su baja.

“Se comunicaba cada tercer día con su madre y la última vez habló para decirnos que había llegado bien, que Lázaro Cárdenas estaba muy bonito, que el 28 iba a salir de comisión, que por favor le depositáramos 2 mil pesos… y no volvió a hablar. El depósito sigue en su cuenta; nunca lo retiró. Sus cosas están en su casillero. ¿Cómo es posible que nos digan que desertó?”, señala Gregorio Cano Uribe, padre del desaparecido.

En sus manos lleva un cartel elaborado por la PGR donde se lee que su hijo tiene 26 años, mide 1.79, posee un lunar carnoso del lado izquierdo de la boca y que el registro de su expediente es el 675/EXT/2010.

Aunque el señor Cano ha viajado a Michoacán para encontrar pistas sobre su tercer hijo –el menor de la familia–, la procuraduría ni siquiera les dio número de acta cuando denunció su desaparición. En el XX Batallón de Infantería y Marina el comandante Melquíades Martínez Severo y el marino Abraham Cervantes Puereco lo recibieron con la noticia de la “deserción” de su hijo.

Gregorio Cano pidió que le mostraran las pertenencias de su hijo y frente a él rompieron el candado de su casillero; constató que su ropa y su celular estaban ahí. Sólo pudo averiguar que un día su hijo se fue al centro de la ciudad con dos compañeros y no regresó.

“Estaba contento en la Marina, iba a cumplir dos años, le gustaba andar en los operativos. Se sentía importante”, dice a Proceso.

Derechos humanos

Para ingresar a la Marina Cano Montero tomó un curso de tres meses (“de mucho ejercicio, órdenes básicas, historia, derecho, disciplina”, según comenta el padre). Fue dado de alta en la Armada el 1 de abril de 2009. Su número de matrícula es C-8727009. En la foto del diploma se le ve con su uniforme. Había estudiado dos años de bachillerato técnico en radiología, pero dejó las clases porque le atrajo la vida policial y entró a Guardias Presidenciales, donde cuidaba funcionarios.

En sus menos de dos años en la Marina fue asignado a la aduana de Veracruz, la destrucción de cultivos de mariguana y amapola en Sinaloa y a reforzar labores en Monterrey, donde participó en enfrentamientos con bandas del crimen organizado.

La familia ha levantado quejas ante las procuradurías General de la República y las generales de Justicia del Distrito Federal y Michoacán, la Presidencia de la República y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Recurrió también a la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, que logró la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y que su caso fuera escuchado por el Grupo de Trabajo de la ONU sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias.

A raíz de su encuentro con los representantes de la ONU, el trato gubernamental hacia la familia cambió: la Subprocuraduría de Justicia de Michoacán le pidió que acudiera a Lázaro Cárdenas a ampliar su denuncia, para que no quedara como acta circunstanciada. A su vez, la CNDH realizó diligencias en Michoacán y solicitó muestras de ADN a la familia para cotejarlas con cuerpos encontrados.

Sin embargo, la Secretaría de Marina mantiene su indiferencia. Cada semana, cuando Gregorio Cano llamaba para pedir informes, le inventaban nuevos hallazgos. A veces le decían que habían encontrado un cuerpo parecido al de su hijo; después lo negaban. Incluso le dijeron que habían averiguado que el muchacho había sido forzado a subir a un auto. Por el desgaste emocional el hombre ya dejó de llamarles.


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